Pte Gordon B. Hincley
abril 1998
Mientras contemplaba la congregación de hermosas jóvenes, me preguntaba: "¿Estamos preparando una generación de jóvenes varones dignos de ellas?".
Esas chicas son tan lozanas y llenas de vitalidad; son hermosas e inteligentes; son capaces, fieles, virtuosas, verídicas. Sencillamente, son jóvenes extraordinarias y encantadoras.
Por lo tanto, esta noche, en esta grandiosa reunión del sacerdocio, quisiera hablarles a ustedes, los hombres jóvenes, que son el complemento de ellas
La joven con la cual se casen se jugará la suerte con ustedes. Ella le entregará todo su ser al joven con quien contraiga matrimonio. En gran forma, él determinará el resto de su vida. En algunos países, incluso ella dejará de utilizar su apellido para emplear el de él.
Como Adán lo declaró en el Jardín de Edén: ". . .Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne. . .
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:2324).
Por ser miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y por ser hombres jóvenes que poseen el sacerdocio de Dios, ustedes tienen una tremenda obligación hacia la joven con quien se casen. Quizás ahora no piensen mucho en eso, pero no está muy lejos el momento en que comenzarán a hacerlo, y ahora es el tiempo de prepararse para el día más importante de su vida, en el que tomen para sí una esposa y compañera igual con ustedes ante el Señor.
Esa obligación empieza con una lealtad absoluta. Como dice la antigua ceremonia de la Iglesia Anglicana, se casan con ella "en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, en lo bueno y lo malo". Ella será suya y nada más que suya, sean cuales sean las circunstancias. Ustedes serán de ella y sólo de ella. No deben tener ojos para nadie más. Deben ser totalmente leales, invariablemente leales el uno para el otro. Esperemos que contraigan matrimonio para siempre, en la casa del Señor, por la autoridad del sacerdocio sempiterno. A lo largo de todos los días de su vida deben ser tan constantes el uno con el otro, como la Estrella Polar.
La joven con la que se casen espera que ustedes lleguen al altar del matrimonio absolutamente puros; espera que sean jóvenes virtuosos, tanto de hecho como de palabra.
Jóvenes, esta noche les ruego que se mantengan incólumes de la suciedad del mundo. No se permitan participar en conversaciones vulgares ni digan chistes subidos de tono. No deben entretenerse con el Internet con el fin de encontrar materiales pornográficos. No deben hacer llamadas telefónicas para escuchar basura. No deben alquilar videocasetes que contengan pornografía de ninguna clase. Sencillamente, las cosas lascivas no son para ustedes. Manténganse alejados de la pornografía como evitarían el contagio de una enfermedad maligna, ya que es igualmente destructiva. Se puede convertir en un hábito, y quienes se permitan participar de ella llegan al punto de no poder abandonarla. Así se convierte en una adicción.
Para quienes la producen es un negocio de cinco mil millones de dólares y tratan de hacerla lo más excitante y fascinante posible. La pornografía seduce y destruye a sus víctimas; está en todas partes y nos rodea por todos lados. Les ruego, jóvenes, que no participen en ella. No pueden darse ese lujo.
La joven con la que se van a casar es digna de un esposo cuya vida no haya estado manchada por ese repulsivo y corrosivo material.
Mientras contemplaba la congregación de hermosas jóvenes, me preguntaba: "¿Estamos preparando una generación de jóvenes varones dignos de ellas?".
Esas chicas son tan lozanas y llenas de vitalidad; son hermosas e inteligentes; son capaces, fieles, virtuosas, verídicas. Sencillamente, son jóvenes extraordinarias y encantadoras.
Por lo tanto, esta noche, en esta grandiosa reunión del sacerdocio, quisiera hablarles a ustedes, los hombres jóvenes, que son el complemento de ellas
La joven con la cual se casen se jugará la suerte con ustedes. Ella le entregará todo su ser al joven con quien contraiga matrimonio. En gran forma, él determinará el resto de su vida. En algunos países, incluso ella dejará de utilizar su apellido para emplear el de él.
Como Adán lo declaró en el Jardín de Edén: ". . .Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne. . .
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:2324).
Por ser miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y por ser hombres jóvenes que poseen el sacerdocio de Dios, ustedes tienen una tremenda obligación hacia la joven con quien se casen. Quizás ahora no piensen mucho en eso, pero no está muy lejos el momento en que comenzarán a hacerlo, y ahora es el tiempo de prepararse para el día más importante de su vida, en el que tomen para sí una esposa y compañera igual con ustedes ante el Señor.
Esa obligación empieza con una lealtad absoluta. Como dice la antigua ceremonia de la Iglesia Anglicana, se casan con ella "en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, en lo bueno y lo malo". Ella será suya y nada más que suya, sean cuales sean las circunstancias. Ustedes serán de ella y sólo de ella. No deben tener ojos para nadie más. Deben ser totalmente leales, invariablemente leales el uno para el otro. Esperemos que contraigan matrimonio para siempre, en la casa del Señor, por la autoridad del sacerdocio sempiterno. A lo largo de todos los días de su vida deben ser tan constantes el uno con el otro, como la Estrella Polar.
La joven con la que se casen espera que ustedes lleguen al altar del matrimonio absolutamente puros; espera que sean jóvenes virtuosos, tanto de hecho como de palabra.
Jóvenes, esta noche les ruego que se mantengan incólumes de la suciedad del mundo. No se permitan participar en conversaciones vulgares ni digan chistes subidos de tono. No deben entretenerse con el Internet con el fin de encontrar materiales pornográficos. No deben hacer llamadas telefónicas para escuchar basura. No deben alquilar videocasetes que contengan pornografía de ninguna clase. Sencillamente, las cosas lascivas no son para ustedes. Manténganse alejados de la pornografía como evitarían el contagio de una enfermedad maligna, ya que es igualmente destructiva. Se puede convertir en un hábito, y quienes se permitan participar de ella llegan al punto de no poder abandonarla. Así se convierte en una adicción.
Para quienes la producen es un negocio de cinco mil millones de dólares y tratan de hacerla lo más excitante y fascinante posible. La pornografía seduce y destruye a sus víctimas; está en todas partes y nos rodea por todos lados. Les ruego, jóvenes, que no participen en ella. No pueden darse ese lujo.
La joven con la que se van a casar es digna de un esposo cuya vida no haya estado manchada por ese repulsivo y corrosivo material.
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