sábado, julio 25, 2009

La virtudde la bondad parte 1


No Hace muchos años, la primera vez que fui llamado como obispo, tuve el deseo de que el obispado visitara a los miembros menos activos de la Iglesia y ver si podíamos hacer algo para llevarles las bendiciones del Evangelio.
Cierto día fuimos a ver a un hombre de unos cincuenta años, un mecánico bueno y respetado, que me dijo que la última vez que había ido a la Iglesia había sido cuando era jovencito.
Algo ocurrió aquel día.
No se había
portado del todo bien en clase y su
Maestro se enojó con él, al grado
de que lo echó fuera del aula y le
dijo que no volviera.
Y nunca más volvió.

Me sorprendió mucho que una palabra poco amable pronunciada hacía más de cuarenta años pudiera tener un efecto tan profundo, pero así era. A consecuencia de ello, este hombre no había vuelto a la Iglesia, como tampoco lo habían hecho su esposa ni sus hijos. Me disculpé con él y le expresé mi pesar por el trato que se le había dado. Le dije cuán lamentable era que una palabra dicha sin pensar y hacía tanto tiempo privara a su familia de las bendiciones que se reciben al estar activo en la Iglesia. “Después de cuarenta años”, le dije, “es hora de que la Iglesia se rectifique”. Me esforcé por que así fuera. Le aseguré que era bienvenido y que se le necesitaba. Me dio una gran alegría cuando, finalmente, aquel hombre y su familia volvieron a la capilla y se convirtieron en miembros firmes y fieles.

Concretamente, este buen hermano llegó a ser un maestro orientador eficaz porque entendía cómo algo tan pequeño como una palabra poco amable podía tener consecuencias que afectaran toda una vida y, tal vez, más.
La bondad es la esencia de la grandeza y la característica fundamental de los hombres y de las mujeres más nobles que he conocido. La bondad es un pasaporte que abre puertas y da forma a los amigos; ablanda el corazón y moldea las relaciones que pueden durar toda la vida.

Es el modo en que una persona que se asemeja a Cristo trata a los demás. La bondad debe estar presente en todas nuestras palabras y obras en el trabajo, la Iglesia y, especialmente, en el hogar.
Jesús, nuestro Salvador, fue la personificación de la bondad y de la compasión.
Él curó al enfermo; dedicó gran parte de Su tiempo a ministrar individual y colectivamente; trató caritativamente a la mujer samaritana a la que muchos despreciaban; mandó a Sus discípulos que dejaran a los niños acercarse a Él;
fue bondadoso con los que habían pecado, condenando sólo al pecado y no al pecador

La Iglesia no es un lugar donde se reúnen personas perfectas para decir cosas perfectas o tener pensamientos y sentimientos perfectos. Más bien es un lugar donde se reúnen personas imperfectas para brindarse ánimo, apoyo y servirse mutuamente, mientras proseguimos nuestro camino de regreso a nuestro Padre Celestial.


Nunca menosprecien a los que sean menos perfectos que ustedes; no se enojen cuando alguien no cosa, ni juegue, ni reme, ni cultive tan bien como ustedes.

Una manera de calcular el valor de ustedes en el reino de Dios es preguntar: “¿Cuán bien estoy ayudando a los demás a desarrollar su potencial? ¿Apoyo a las personas en la Iglesia o las critico?”

ÉLDER JOSEPH B. WIRTHLIN
Del Quórum de los Doce Apóstoles

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